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jueves, 13 de febrero de 2014

VISITA AL SAT

Por Roberto Gutiérrez F.

Partí lleno de congoja rumbo a lo desconocido, cuando informé que iba al llamado del SAT, mis vecinas y conocidos sintieron pena por mí, y entre lágrimas me despidieron en el quicio de sus puertas: “¡Que regreses con bien!”, “¡Cuídate!”, fue lo que escuché en medio de mi zozobra, “¡Dicen que ahí los destazan vivos!”, “Solo los valientes han vuelto con bien”, lleno de temor juné mis papeles incluyendo un acta de nacimiento que me consiguió mi amigo el licenciado y tome un taxi, el mismo en el que la última vez tuve un percance llegando a Zapotlán, la tierra inconquistable, a falta de mi fiel Viernes, tuve que llevarme a mi vecino que cargó con todas las bendiciones de su abuela, y los buenos deseos de su madre y hermanos para que pudiéramos regresar con bien.

El taxi, prácticamente voló por la autopista para llegar a tiempo a nuestra nueva torre de Babel, donde por un momento llegué a creer que llegarían José y María -esta última preñada- arriba de un burro para darse de alta en el nuevo régimen de incorporación fiscal, donde de acuerdo a los nuevos doctores de la ley, deberemos de estar sin distingo alguno, nos recibió una muy atenta empleada quien conocía de nombre a todos los que llegamos; quienes, de acuerdo al filósofo de la calle Libertad, debieron ser un chingo, revisó mis documentos y los envió a la siguiente mesa, donde nueva tramitología, foto, firma y tocada de piano con las rubricas de las huellas "vegetales" como dijera don Rigo el del tianguis, además de las fotos del iris, arcoíris, corneas, y pestañas pizpiretas porque así marcan las reglas.


Otro lapso de espera mientras gente entra, y sale en un extraño ritual, vecinos, conocidos, además de gente con las que quizá uno nunca se volverá a encontrar jamás, a no ser en las listas de contribuyentes, hasta que por fin vimos la luz, entregaron la papelería requerida y nos despidieron no precisamente con mariachis y tequila, y huimos de la burbuja burocrática encargada de poner orden en el cobro de nuestros impuestos, juro que no vi detrás de ningún escritorio a Gregorio Samsa como más de alguno puede llegar a suponer, aunque juraría que más de alguno terminaremos como Kafka, muertos cualquier día por alguna enfermedad que no resulta ser deducible de impuestos.


De vuelta, hasta el Sonajero -que fue confundido con Huichol por un buen amigo tapatío que nunca había venido a Tuxpan- nos recibió con un amplia sonrisa.