Buscar este blog

miércoles, 30 de junio de 2010

El Licenciado no tiene quien le escriba (Cuento)

Roberto Gutiérrez Flores

I

Toda su vida esperó, entre un ejército de gatos enflaquecidos que rondaban por los corredores de su casa, esperando buenas noticias acerca de que el viejo partido recuperara fuerzas, y se enfilara de nueva cuenta rumbo al poder.

A pesar de los años su pelo seguía siendo negro como en sus mejores años que fue conocido como “El Prieto Azabache”, nombre que le puso un gobernador que lo conoció en sus años mozos, en los tiempos aquellos que los perros eran amarrados con longaniza, y el agua de las fuentes del jardín era usada para cocinar los caldos de gallina que se vendían en el mercado, y las canelas calientes de don Abel.

De esos tiempos perdidos en la memoria de muchos, al hombre le gustaba contar a sus amigos que seguían visitándolo, mientras este descansaba en una vieja y desvencijada silla en la esquina de su casa. Donde por igual le rendían caravana amigos, y conocidos, regañaba hijos suyos y ajenos, e igual daba consejos para arreglar problemas maritales, o atendía algún asunto con la policía mientras poco a poco el horizonte se fue llevando a sus contemporáneos; algunos, fuertes todavía que fueron traicionados por el corazón, otros, viejos y achacosos que murieron a la espera del llamado para reiniciar su lucha, y quienes muchas veces se preguntaban como le hacía el licenciado para mantenerse todavía en lo que cuentan vigoroso, “Seguramente ha de desayunar todos los días viril de toro, dicen que es bueno para dar fortaleza al cuerpo.”

Eso se decía en el mercado y en los portales sin poder comprobarlo pues veían con azoro como los años no pasaban en el ánimo del hombre que cada tres años, acompañado de Lorenzo y Javier, los dos más fieles escuderos y viejos seguidores igual de él y de la causa, acudían a la sede de su partido con los sellos y firmas de organizaciones tan disímbolas como la asociación de Galleros Maclovio Contreras, o la Unión de Ganaderos de dos vacas, o los Taqueros Unidos con manteca, e igual que siempre eran enviados, en la capital, con un oficial de partes quien les pedía regresar a su pueblo para luego notificarles la viabilidad de su propuesta presentada, “Tengo que fe que ahora si se nos va a hacer, ya nos toca”, así fue cada tres años en que los niños crecieron, el pelo de Lorenzo se fue perdiendo de su cabeza, y el de Javier encaneció, pero el licenciado nunca perdió la fe que llegara el oficio que les informaría que ahora si, estos tiempos eran los buenos para ellos, y que a vuelta de correo sería hora de dejar de engordar las gallinas y los puercos para preparar la fiesta del pueblo con el regreso de los tiempos idos.

II

Un día, por gracia divina ocurrió que Isidro, viejo carnicero del mercado de quien se decía fue el primero en contar con un permiso municipal gestionado por el mismísimo licenciado cuando todavía las podía, se le ocurrió llevar un pocillo de peltre para que quien requiriera una consulta depositara una cuota voluntaria que se utilizaría al final para los gastos de la campaña, dinero que decía regresaría en obras y acciones a favor de su pueblo, “¡Es nada más pa' que suene licenciado, pa' que se oiga ruido desde ahora con usted!”, aunque dinero era lo que menos necesitaba el hombre que era dueño de tierras, playas, y ganado, hasta un hato de chivos viejos que le regaló un nativo en agradecimiento por interceder por él ante un problema judicial que tuvo un día, pero lo que en realidad le fascinaba al licenciado era contar con la voluntad de la gente, que con gusto cooperaba en dinero o especie para cuanta fiesta reunión o ocurrencia tuviera su último líder moral.

A pesar de los años malgastados el progreso había llegado al pueblo gracias a una pléyade de jóvenes profesionistas que se habían hecho cargo de las funciones de gobiernos, y de los cuales el licenciado aseguraba solo eran máquinas que adolecían de corazón, y de cuando en cuando el viejo letrado en administración pública pontificaba que en caso de ser él, el presidente municipal, junto con los notables de su partido que aun permanecían vivos y en pie de lucha, las cosas marcharían mejor, las calles no lucirían basurientas ni serían inseguras por las noches, de las llaves de las casas brotaría agua a diario para que las mujeres pudieran bañar toda esa retahíla de chiquillos mugrosos que salían a montones en vecindades y colonias de la periferia, sin embargo poco a poco, y siguiendo los lineamientos del gobierno central, se había logrado bajar los recursos para librar y dar atención a cada uno de estos problemas que aquejaban al pueblo.

Un día infausto que se perdió en la memoria, por cosas del destino, el hombre cayó del pedestal de su vieja silla que vencida por el peso de los años y la voluminosidad del licenciado, crujió en pedazos ante la angustia de Purificación, su mujer, quien pidió ayuda para levantar al último gran héroe popular, que igual sabía contar las hazañas de don Pantaleón Paniagua, viejo general revolucionario; que por igual trataba acerca de los últimos incidentes de la sesión de cabildo en la que se aprobó se aumentaran los impuestos.-“¡ Déjenme, yo solo puedo!”- refunfuñaba mientras era ayudado a incorporarse por dos cristianos que atinaron a cruzar por el lugar a esa hora.

De este desliz, el licenciado tuvo fractura de muñeca, pero aun así siguió ejerciendo su noble profesión de ordenar el mundo, y vaciando los puñados de monedas que se acumulaban en el pocillo de peltre, y que enterraba debajo de una higuera en un potrero cerca de su casa para cuando se necesitara.

III

Fue otra vez Isidro el carnicero, el hombre más argüendero en la comarca, según decían quienes lo conocieron, quien se acomidió a llevarle un horcón de Primavera, acondicionado para que su viejo amigo pudiera acomodar sus asentaderas en tan real asiento. “¡De aquí se cae pura chingada licenciado!, y si se raja el, leño, yo le autorizo a que me lo aviente en la cabeza.”

El pueblo cambió su semblante, la modernidad llegó, y con ello la vida fue pasando las paginas del libro, cada mañana correspondía a uno de sus nietos acudir a la esquina donde se apoltronaba en el viejo tronco, y limpiar amorosamente el polvo, y la polilla que se concentraba en la humanidad del licenciado, quien al sentir el contacto pedía le llevaran su jarro de avena preparada con canela y endulzada con piloncillo para luego preguntar lo de siempre, “¿Ya llego Javier?, ¿que noticias trajo el correo? -Ninguna abuelo, ninguna- (Javier había fallecido 15 años antes, pero en su imaginación aún seguía prestando servicios para el partido); después, ayudado por una silla de ruedas que era empujada por su nieta lo llevaban a ver el corredor de su amado partido, lleno de malezas y olvidos, donde entre gases gástricos, y eructos, buscaba un lugar donde mejor le diera el sol, platicando entonces con añosos fantasmas, y tomando acuerdo con las pulgas que saltaban del muro que da a la calle, sobre las primeras acciones a realizar en una campaña imaginaria contra muertos del inframundo, y candidatos que descansaban en asilos y que lo único que anhelaban gobernar eran sus esfínteres, y las dolencias a causa de la artritis.

Desde hacía rato ante la imposibilidad de utilizar el edificio del partido, los nuevos cuadros habían optado por sesionar en un viejo jacalón propiedad de Arsénico Samuels, al que poco a poco fueron adaptando para convertirlo en una oficina, y desde donde esperaban algún día recuperar las glorias de lo que un día fue su partido, recuerdos que ya solo estaban en los libros de la historia.

Todo esto el licenciado alcanzaba a darse cuenta en sus momentos de lucidez, y mientras se la pasaba regañando a las sombras, y atrapando arañas, pedía a sus nietos le bajaran de la pared un viejo cuadro donde estaba enmarcado el nombramiento como Consejero Nacional Vitalicio, firmado por la misma presidenta de su partido, el que abrazaba fuertemente mientras repetía queriendo aferrarse al pasado, “Volveremos, licenciada Beatriz, volveremos”, hasta que se quedaba dormido e iba uno de sus nietos para llevarlo de vuelta a casa.

Ocurrió un día, sin saber causa o motivo que un mensajero toco su puerta, correspondiendo a su nieto menor acudir a abrir la puerta, “- ¡Perdón niño, se encuentra el licenciado!”- el aludido apenas escucho hizo el intento por acercarse en su silla de ruedas a la puerta para enterarse de la noticia que tenía años esperando, “-¡Si, soy yo, quien es!”, - Soy Luciano y vengo a informarle que se ha ganado por fin la nominación- “¿A la presidencia municipal?”, - preguntó con voz apenas audible el héroe de tantas batallas, el líder moral vitalicio de las fuerzas revolucionarias, quien pudo romper en su tiempo toda clase de hegemonías ideológicas para imponer la suya dentro de gobiernos- “¿La nominación a la presidencia municipal?”- volvió a insistir ahora con voz titubeante quien vivió una eterna espera -“No licenciado, lamento decepcionarlo, soy Luciano el del panteón y vengo a informarle que usted esta nominado para el entierro de las tres y media…”- contesto con voz lacónica el visitante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario